
Es que igual no me aceptan si lo digo. Es que igual estoy siendo muy exigente. Es que, en el fondo, qué más da transigir. Es que puede que lo mejor sea que no me importe tanto. Es que prefiero que me acepten.
Y así.
Así, hasta que en un momento determinado, uno se convierte en la expresión física, pictórica, real, de la gota que colmó el vaso y nos desparramamos y el otro nos ve llegar al punto de ebullición y ya no hay palabras sino lava.
Y así.
Sin embargo, hay una alternativa. Establecer las reglas de juego. Identificar los límites.
Negociar y re-negociar compromisos nos aboca a multitud de conversaciones difíciles a las que no estamos acostumbrados y de las que en muchísimas ocasiones nos encantaría huir. Sin embargo, ¿cómo vamos a establecer lo que sí podemos cumplir y lo que no? ¿cómo va a saber nuestro interlocutor cuál es el confín de lo que nos parece bien y lo que no?
A mí me sirve vincularlo a la protección que debo hacer de mí, de mi tiempo y a la vez, de cuidar de las distintas relaciones que establezco. Por qué nuestro “sí” debería vale mucho y para eso, necesitamos la frontera del “no”. Brené Brown lo explica maravillosamente en su mantra “choose courage over comfort, choose discomfort over resentment”.
Y en la mayoría de las ocasiones descubrimos que ese “no” no sólo es aceptado si no que es agradecido. Porque permite que se establezca confianza en nuestra palabra respaldada por acciones. Si te digo que sí es que lo haré, entregaré el informe, acudiré a la reunión, estaré en la cena, pero si te digo que no, no estaré, no llegaré y entonces deberemos abrir una conversación diferente. Curiosamente, es en la arquitectura clara del no, de nuestro límite, del final de lo que nos parece oportuno, correcto, posible, aceptable, lo que da valor, autenticidad a lo que hacemos y, por último, a lo que somos.
Para eso, debo estar en un lugar en el que sepa que yo soy suficiente, que soy soberana, que la libertad para fijar mi frontera sólo me la puedo dar y quitar yo. Sólo desde un lugar en el que sé que soy suficiente en todas mis dimensiones, como persona, como mujer, como madre, hermana, profesional, sólo desde ahí podré mirar a los ojos y decir “no” en la confianza de que mi “sí” será absoluto y total y mi “no” confiable y acotado a los límites que para mí sean importantes.
A mí, superar una educación en la que parece que es mejor no decir no me ha hecho ganar el respeto de quien entiende que los compromisos que valen son siempre aquellos que están claramente delimitados por la frontera de nuestro compromiso. Y ese es el respeto de las personas que valen para mí. A aquellos que no lo entiendan, que vayan a estar cómodamente en la grada sin bajar a la arena a negociar conmigo lo que vale y lo que no, me temo que voy a dejarles pasar.
P.D. En otro orden de cosas, gracias a los que habéis preguntado por mí durante estos dos meses. Decidí presentarme a un premio internacional de poesía y desaparecí entre versos sin rima con los que disfruté bailando. ¡Encantada de volver a veros por aquí!