
Nueve de la noche. Llega desde la pared que me separa de mi vecino el murmullo de la Salve Regina cantada por muchas voces como una sola. Vivo pared con pared con una iglesia. La sonoridad me lleva a las misas de pueblo en la Costa Brava en las que un cura, que vivía en agosto su momento, nos llevaba a cantar a todos en latín. Pasaron años hasta que conseguí leer la letra. Y su sonido me lleva hoy en volandas a una iglesia húmeda, fresca, un refugio oscuro del calor de los días previos a Santa Rosa. Recuerdo a mis abuelos en el primer banco, nosotros, que siempre llegábamos tarde, en el último.
A principios del mes de marzo en un piso de Madrid puedo volver a oír la voz grave de mi padre mezclarse con las de las señoras de un pueblo costero. Vuelvo a casa. Busqué muchas veces reproducciones del himno, pero la pureza de las grabaciones se llevaba toda la calidez del verano. Y de pronto, una tarde, al llegar a esta casa me llegó el murmullo a través de la ventana de la cocina.
Con los años he entendido que la meditación, el rezo, son para mí lo mismo sin importar el idioma o la religión. Es un suspiro colectivo. Una súplica en la esperanza. Ya de pequeña me gustaba abrir un ojo y espiar a mi abuelo en oración. Siempre creí que se le borraban las arrugas de la frente cuando conseguía que su voz se uniera, perdiéndose entre las demás, en un lamento, un ruego. Nunca supe si rezaba por lo que al final fue o por lo que tal vez hubiera podido ser. Puede que se permitiera no hacerlo por nada.
He vuelto a sentir lo mismo en medio de una expresión colectiva de celebración ya sea alegre o triste. En un concierto de rock o al final de un funeral, antes de un partido de beisbol o tras una obra de teatro.
En ese momento el hombre es uno. Congelando el instante ¿qué sucede? Conectamos, con la enormidad de la vida, con la complejidad de un instante, con la sencillez de una nota musical en la que, de pronto y mágicamente, comprendemos que todo irá bien o no y poco importará porque tal vez no exista ni lo uno ni lo otro, solo el universo que, en un latido, nos conecta a todos sin ninguna frontera. En ese momento preciso y fugaz tenemos sentido.
Es imposible volver a ese segundo sin otros. La soledad regala grandes tesoros, pero no la ilusión de una unidad que llega solo de la energía de la suma de muchos.
Voy a apagar las luces y a unirme en un susurro… fructum ventris tui nobis … Ojalá lograra poder volver aquí… exsilium ostende O clemens, … conseguir recordar que somos mejor en compañía… o pia o dulcis … aprehendiendo el conocimiento radical de que lo más necesario para el hombre es el hombre … o pia o dulcis, virgo Maria.
Que bien escribes María. Que fácil parece leyéndote, hacer comprender a otros los entresijos de nuestra mente llena de recuerdos.
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