
Mi artículo de hoy es tan solo una despedida en voz baja que se perderá en el mar de las de otros que sí podrán acercase con las flores. Estas líneas me permiten dar las gracias y honrar a quien, sin saberlo, tuvo un impacto en ir construyendo mi ir siendo.
Se ha ido uno de los periodistas a los que he ido a encontrar cada día entre letras de papel. Y ahí, en cada una de sus columnas, he recibido su respuesta a mi pregunta “Y tú sobre esto ¿qué?”. Porque junto con Manuel Jabois, Antonio Lucas, Pedro Simón, Jorge Bustos y Luis Miguel Fuentes, David Gistau era a quien iba a leer por las mañanas o a última hora de la noche. Sus columnas quedaban abiertas en el ordenador para más tarde, como quien aparta un vaso de agua en el momento de mucha sed, sabiendo que está ahí, a un paso de ser saciada.
He admirado cada columna. He sonreído, me he emocionado, he querido discutir y se me ha fruncido el alma entendiendo en sus relatos el momento complejo en el que hemos ido sumiendo a nuestro país.
Sus palabras cocinaban, reposaban, construían un pensamiento complejo y necesario, feroz, sutil muy a menudo, divertido casi siempre y ácido en grandes ocasiones. A la vez, admiré de Gistau igual que de mis otros guías, su lucha sin cuartel contra la desesperanza y el escepticismo.
Entendí con ellos, y gracias a ellos que es mucho más interesante no dar las batallas por perdidas. Comprendí la importancia de librarlas. Incluso contra uno mismo. Me sentí retada, invitada a pensar aun un poco más. Y, al mismo tiempo, supe que con las palabras de David Gistau estaba protegida. Porque él estaba allí, para señalar la desnudez del emperador, para alumbrar el camino difícil.
Las palabras de David Gistau estaban siempre al servicio de la Libertad, la que se escribe con mayúsculas. Que su recuerdo nos ayude a seguir defendiéndola porque la muerte le ha arrebatado a ella un caballero fiel y a los que quedamos aquí, un faro lúcido al servicio de la verdad. Mañana será más difícil saber a quién leer.