Hay mucho gilipollas por aquí o «the elation of validaton»

Hoy me han dado un feedback en la línea de flotación. He perdido el ancla mientras el horizonte pasaba a ser efervescente. Ha sido una bofetada de palabras de esas en las que se materializa aquello de que el lenguaje crea realidad. ¿Por qué? ¿Qué hace que le demos tanto valor a la validación de otro como para diluirnos? Sam Harriss ha venido al rescate con su voz tranquila, sosegada y siempre descreída para ponerlo en barbecho. Luego Brené, mi querida Brené, ha recordado su consejo de escribir en una servilleta de 1 cm por 1 cm los nombres de aquellas personas a las que sí les vamos a dar lápiz y goma de borrar en el papel de nuestra vida. El nombre del generoso dador de feedback no salía en ese papel. Poco a poco, he devuelto el tentetieso de mi autoconcepto al centro, respirando hondo, escuchando el Hey Jude que Ted Lasso ha traído de vuelta esta semana. Lo mejor es que poco a poco he conseguido dejar de pensar que hay mucho gilipollas por aquí para reflexionar sobre la euforia que nos genera la validación ajena y el peligro de dejarle a cualquiera el tapón de la bañera. Nuestra necesidad de sentirnos incluidos, aceptados y en última instancia queridos y reconocidos lleva a darle al extraño el boli rojo. Rafa Latorre ha sido el último en dejarme un post-it con su reflexión, “es urgente hacerse dueño de nuestro destino y responsable de nuestros problemas”. El boli es mío, la bañera también y yo elijo a mis gilipollas

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